25 de enero de 2012

Historias de Antaño Parte III: Ese Horrible Chillido



Ese horrible chillido, me era bien conocido.
Sabía que no debían ser más de cuatro o cinco, seguramente bien armados y dispuestos.
Ella se escondió bajo la cama, no estaría segura mucho tiempo en ese lugar, de mi éxito o mi fracaso dependía su vida, que los dioses se apiaden de mí en esta oscura hora.
Desenvaine la espada…….uno, la puerta entre abierta………..dos

-¡Mirad ahí! ¡Salid desarmados y tendremos misericordia!-
Empuñe con fuerza………tres.
-¡Preparad las flechas!-
Respiré profundo…………cuatro.
Es la hora.

Cuatro saetas cortaron el aire frío de ese bosque invernal, de un rápido vistazo pude ver cuatro arqueros bien dispuestos y tres hombres con armaduras ligeras que se disponían a mi encuentro. El choque fue brutal, espada en una mano y daga en la otra comencé a batirme con cegada bravura sobre los rufianes.
Los arqueros no podían disparar sin arriesgarse a herir a sus propios compañeros, lo cual me daba un tiempo vital para sacármelos de encima con presteza
Un golpe, dos y tres, como cuando era un joven cadete del ejército imperial.
-La clave es respirar y atacar- pensé, mientras uno de ellos caía herido bajo mi espada.
Lo tome con uno de mis brazos y lo interpuse con rapidez entre mi y el siguiente ataque.
-¡Vamos! ¿Es todo lo que tenéis?- grite y de mi boca el vapor frío me daba el aspecto de un león arrinconado.
Los ataques se sucedían uno tras otro, y yo respondía con toda mi habilidad.
Los arqueros no tuvieron mas remedio que soltar sus arcos y desenvainar, tal y como yo lo deseaba.
A cada golpe mío, tres o cuatro cortes llovían como aguijonazos de escorpión.
Las heridas en mi cuerpo se sucedían, una tras otra y aunque era consiente de que estaba sangrando, mis enemigos también eran abatidos.
Tenia que luchar y vencer, era necesario, pero no podía soportar más golpes y aunque ponía todo de mí para derrotarlos su superioridad me abrumaba
-  ¡Debes huir! ¡Toma uno de esos caballos y vete!- le dije, mientras me colocaba entre mis enemigos y su única ruta de escape
-No puedo dejarte solo amor, no puedo dejarte así-
-¡Huye! ¡Yo te voy a alcanzar, te lo juro!- aunque sabia que no seria capaz de cumplir mi promesa.

La vi marcharse a galope tendido por el bosque, mientras una de las espadas rasgaba mi torso desnudo. La sangre corría caliente y mis gritos de guerra causaban un extraño temor en mis oponentes.
Una fiera acorralada, pelea con más bravura que una que se sabe vencedora.
Dos, tres, cuatro…ya no podía más.
La flecha se hundió suave y caliente en mi pecho.


La mazmorra era fría y goteaba.
Las ratas se regodeaban en algún rincón oscuro, mientras yo sentía que mi cuerpo entumecido ardía y dolía en muchas zonas.
La oscuridad era total y solo podía sentir los grilletes que me apresaban los brazos y los pies a una pared helada como el hielo.
Los días se volvieron meses, tal vez los meses se volvieron años.
No lo se….he perdido la noción del tiempo.
Solo el dolor y el aroma a coco de su piel bajo mis labios.
Solo un recuerdo fugaz que me mantiene con vida, inerte en esta horrible prisión.
El día de la ejecución a llegado.


A oscuras, con una venda cubriéndose los ojos, me han arrastrado desde las profundidades del castillo a una plaza principal.


-Se te acusa de asesinato, adulterio y tratos con los demonios- dijo una voz corrosiva
- Te acostaste con esa bruja asquerosa y asesinaste a tu noble señor a sangre fría, rechazaste a tu Dios y a tu honor, por la lascivia del Demonio-


No podía ver el rostro de mi acusador.

-Eres culpable....ahora arderás, ¡quémenlo!-

Sentí el calor que se elevaba debajo de mí, sentí sus labios besándome aquella noche, sentí el amor puro y real. Sentí el abrazo ardiente de la muerte en mí.
Sentí ese horrible chillido….



Era las seis de la mañana.
Mis ojos lánguidos se asomaron debajo de las sabanas, era otra fría mañana de invierno.
Estire la mano para apagar el maldito despertador, los rojos números marcaban el comienzo de un día mas y su espantoso chillido era lo único que me resucitaba cada día.
El café caliente, el periódico y sus apocalípticas noticias que almidonaban mi mañana.
Era un sueño peculiar, pero se había repetido muchas veces a lo largo de estos meses.
Y ella, su olor a coco fresco, su piel tersa debajo de mis manos.
Si solo fuera real, quizá solo era una ilusión más.
Tome mi abrigo, puse la llave en la puerta.
- Después de todo, ¿cual es la diferencia entre ilusorio y real?.
La puerta se cerró detrás de mí…

 Fin de la tercera parte.

Griel  08/07/11

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